Tranquilidad, vaho, humedad, así como el suave y constante ruido del agua, hacen que se relaje. A partir de aquí, se abre todo un mundo de sensaciones.
El origen del hammam, o baños árabes, se remonta a la Edad Media, un periodo de la historia que sin duda está lleno de oscurantismo y secretos aún sin desvelar, una época en el que el cuidado corporal y la higiene personal era un tema totalmente secundario, ya que, por ejemplo, las casas no tenían pozos para el suministro de agua, pero no en todo el mundo... El Cáceres musulmán contaba con numerosos baños públicos. Algunos eran todo un lujo, con los muros alicatados, con techos abovedados y estancias separadas por arcos y columnas.
Y es que para el mundo árabe el agua tiene un significado muy importante: sabiduría profunda y pureza; por eso el hammam se convierte en lugar de peregrinación favorito para pasar los momentos de ocio.
Actualmente los baños árabes han vuelto a renacer con fuerza gracias a la cultura del spa (salud por agua) y de los múltiples tratamientos heredados de civilizaciones pasadas.
El ritual comienza con un baño de agua templada, donde el cuerpo no sufre un fuerte cambio de temperatura; para continuar se pasa a la piscina de agua caliente, donde la relajación es total y los músculos se relajan; y para finalizar, un baño de agua fría terminará tonificando los músculos. Este circuito se puede repetir cuantas veces se desee, todo un placer para liberar tensiones y relajar el cuerpo y la mente del estrés de la rutina diaria.
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