Esta página pretende poner en valor el interés etnológico y arquitectónico de esta profesión tan arraigada históricamente al pueblo de Coria del Rio y que se encuentra actualmente en vías de extinción.
El ladrillo de barro, originario de las ciudades neolíticas donde apenas existía madera o piedra para construir, vivió su máximo auge técnico en época árabe con las mejoras en las técnicas de cocción. El procedimiento de fabricación del ladrillo sigue siendo tan artesanal como entonces, fracasando todo intento de fabricación en serie. El elemento base es la arena, extraída de las riberas del Guadalquivir, que mezclada a cielo abierto y a mano con agua y cascarilla de cereal conforman una pasta plástica que se moldea en la forma del ladrillo. Los ladrillos se dejan secar al aire libre varios días por acción del viento y el sol, volteándolos para un mayor secado. Posteriormente son llevados a la cámara de cocción del horno, donde son apilados a mano de forma que el calor pueda llegar a la parte más alta. Debajo de la cámara de cocción se encuentra la caldera, separada de esta por una parrilla que permite la ascensión del calor y el humo. Tras un lento enfriamiento el ladrillo estaría ya apto para su uso constructivo.
La arquitectura de los hornos de cocción, que evoca a las pirámides bastabas (Mark Hunt, 1as Jornadas Ibéricas del Patrimonio Industrial y de la Obra Pública : Sevilla-Motril (Granada) 2/5 Octubre 1990), son una evolución del horno circular implantado en España durante el medioevo. Esta forma es característica de los hornos de la ribera sevillana del Guadalquivir, aunque su estructura interna es similar a la de los hornos romanos compuestos por una caldera y una cámara de cocción separadas por una parrilla.
La situación geográfica de estos hornos suele estar muy vinculada a las riberas de los ríos. El mayor ejemplo lo podemos observar en la localidad sevillana de Coria del Río, que posee aún varios hornos activos, algunos con más de 100 años de antigüedad. La vinculación al río no es solo justificada por la extracción de la arcilla, sino que también aporta el agua necesaria para el amasado. El río también es usado como transporte del material una vez acabado, pudiéndose así comercializar y exportar con mayor facilidad.
El argot del ladrillo evoca su pasado árabe (”cachifa”, “mazarí”, “albañal”, “galera”...) generando un vocabulario único.
Manuel Benítez de la Rosa
Arquitecto
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