Luis Campillo Photography

Historia

Texto de J.I. Delgado

Luis Campillo es un personaje singular. Con un aura a medio camino entre la bohemia parisina de los años cincuenta y la trascendente gravedad de un monje shaolín. Austera bonhomía -en un sentido machadiano del término- antes que amaneramiento versallesco. En consecuencia, hace gala de una genuina pero no obsequiosa cortesía. Poco amigo de digresiones metafísicas, invoca sus fantasmas desde aquel sueño de la razón que produce, en su caso, bellos monstruos. Mejor que mil palabras al viento, el parpadeo de lo fugaz transmutado en eterno. Como en la película de M. Leigh sobre el pintor Turner, sus silencios presagian tormentas de sentimientos tras la niebla de humo de pipa y el vapor de Jägermeister. Egocéntrico, que no egoísta. No rehúye la polémica cuando esta llama a la puerta; entonces se entrevé un antagonista rocoso, acaso feroz. La vertiente más personal de su trabajo se orienta hacia la exploración del universo femenino. No es una visión obligadamente amable: a menudo transmite dolor y conflicto. Exige compromiso a modelos y colaboradores, a tal punto que diríase que su entorno tiene un algo de secta. La afirmación no es baladí si comprendemos el sentido reverencial, casi religioso, con que oficia su labor. Más allá de la belicosa estética de espadas y armaduras que decoran su estudio y aún su vida, me quedo con el significado original de la palabra samurái (el que sirve) para definir su interpretación de la fotografía, vehículo al servicio de una comunicación profunda entre el observador y el personaje retratado. Ecléctico en su estilo, sin embargo son detectables algunos rasgos identificativos que remiten a un particular paisaje onírico, ilustrado con barroquizantes composiciones cargadas de elementos alegóricos. Freud y Lovecraft; Alicia a través del espejo; mujeres-vampiro, vampiresas. Amor, humor y vísceras.