La Bodeguilla de Sta. Marta, bodega íntima y bulliciosa como una casa grande, conforma un territorio de palabras compartidas y una cátedra sabia donde fluye el pensamiento hecho verbo que, por veces, se esconde en disfraces surrealistas. A menudo las horas en esta taberna son de alto debate, girando alrededor de una copa de vino y sobre un tema cualquiera que no importa, salvo por el puro placer de la dialéctica y por demostrar que uno aún está vivo y que la agilidad intelectual de cualquiera conserva los mecanismos engrasados. Tan solo concluidos los impulsos verbales, se impondrá un silencio sacramental, fino y también cordial. Para ese instante está reservado el sabor del último trago de la copa tan felizmente compartida.
Lo que convierte la Bodeguilla en un establecimiento de leyenda son algunos relámpagos que conforman una suerte de epifanía: el bullicio de la clientela, el rosario alegre que navega en cada copa de vino, el cruce amable de miradas, olores y sabores, la reflexión barroca elaborada de palabras lúcidas… Y así, con el tiempo, cada cliente acaba por construir una memoria fascinada a la Bodeguilla de Santa Marta, poblada de hombres e mujeres que allí compartieron vida y palabras y que son ya tan imborrables como algunos instantes supremos de la propia experiencia del vivir. Este universo no resulta menos exquisito que morder una presa de cerezas intentamente rojas por los días luminosos y felices de junio…
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